Durante años viví para cumplir expectativas ajenas: ser la hija perfecta, la amiga siempre disponible, la profesional incansable. Pero un día, mi cuerpo dijo basta. Ansiedad, insomnio y una sensación constante de vacío me obligaron a detenerme. Llegué a ZULU buscando herramientas para “organizarme mejor”, pero encontré algo mucho más profundo: un espacio donde podía ser honesta conmigo misma. Los ejercicios de introspección y las conversaciones con otras mujeres me ayudaron a escuchar mi voz interior, esa que siempre había callado. Hoy sigo aprendiendo, pero por primera vez siento que vivo para mí, no para los demás.

Me mudé de ciudad sin conocer a nadie, pensando que sería fácil adaptarme. Pero la soledad me golpeó fuerte. Un día, por casualidad, encontré ZULU en redes sociales y me animé a asistir a un retiro. Recuerdo llegar con miedo y salir con el corazón lleno. No solo conocí mujeres increíbles, sino que descubrí que no estaba sola en mis miedos y luchas. Cada historia que escuché me abrazó de alguna manera. Hoy, esa comunidad es mi refugio, mi grupo de amigas y mi red de apoyo. Y todo empezó con un simple “hola” en un círculo de ZULU.

Durante mucho tiempo cargué con la culpa de no haber tomado ciertas decisiones “correctas”. Pensaba que mi vida podría haber sido mejor si hubiera actuado distinto. Esa voz crítica me perseguía día y noche. En ZULU, a través de las charlas y actividades, entendí que el perdón empieza por una misma. Aprendí que no se trata de borrar el pasado, sino de abrazarlo como parte de mi historia. Ese día, frente a un cuaderno y una vela encendida, escribí una carta para liberarme. Lloré, reí y sentí una paz que no recordaba. Hoy sigo avanzando, pero con la certeza de que me merezco amor, incluso el mío.